domingo, 16 de febrero de 2014

Calentando motores para el MWC de Barcelona: cosas en las que me fijaría

Mientras esperamos a las gafas, Normandy, Motorola y mucho, mucho Android por todas partes

A pocos días para que empiece una nueva edición del Mobile World Congress (MWC) de Barcelona, creo que ya va siendo hora de que desde este blog haga un modesto esfuerzo por señalar algunos puntos de interés. Es decir, si no hay acontecimientos inesperados que lo impidan, esta va a ser la primera de algunas entradas referidas al evento que, con carácter anual, tenemos en Barcelona, este año a partir del 24 de febrero.



Entre tanto proveedor de equipos de todo tamaño y condición, productores de contenidos y vendedores de cualquier tipo de soluciones para empresa, creo que los que investigamos en contenidos en el ecosistema móvil podemos aportar una mirada propia. En este post me voy a fijar en un número reducido de acontecimientos, fenómenos o tendencias que se hallan entre lo que yo iría a buscar entre los miles de metros cuadrados de estands llamativos, azafatas más o menos recauchutadas, comerciales de medio pelo y toneladas de merchandising de baratillo. Para bien o para mal, los señores del MWC estiman que analistas como yo no alcanzan la relevancia suficiente como para tener acceso al evento en carne mortal a cargo de su cortesía.

Cada uno en su casa hace lo que le parece conveniente. La perspectiva de adquirir una entrada pasando por taquilla comienza en el umbral de los 800 €, cantidad inasumible para alguien a quien la universidad pública española considera justamente pagado con la mitad del importe citado como salario mensual por impartir 150 horas lectivas a lo largo de un curso de estudios superiores. Ah, y los expositores de peso tienen su propia lista de compromisos con grandes clientes, proveedores de relumbrón, periodistas y cuñadísimos, de tal manera que el hueco para el resto es tirando a mínimo. Pero la imposibilidad de estar físicamente allí no será un obstáculo insalvable para enterarnos, al menos de lo más llamativo.



Afortunadamente, la cobertura mediática en el más amplio sentido del concepto -medios de papel, comunicados oficiales de empresa y medios electrónicos- nos va a dar pistas suficientes para observar lo que se cuece y brindar nuestro punto de vista, siempre provisional, siempre incompleto, siempre desde la perspectiva de querer contar nuestra verdad a partir de lo que se nos aparece.

En esta entrada vamos a fijarnos en las expectativas más inmediatas que nos ha dejado el sector en los últimos meses.

Android es el número uno y así será por bastante tiempo

El sistema apadrinado por Google está condenado a dominar el mercado mundial, que ya alcanza los mil millones de smartphones en todo el planeta. Ya habrá ocasión para revisar los números en detalle, pero basta con que nos quedemos con la tendencia: Android tiene la mayoría; Apple pierde cuota de mercado claramente por primera vez, lo que compensa con una rentabilidad extraordinaria fruto de sus márgenes comerciales inauditos; el resto de ecosistemas por ahora no cuenta: ninguno alcanza los dos dígitos.

El primer fabricante mundial de teléfonos y de smartphones es Samsung. Su apuesta por un sistema propio, el famoso Tizen, en alianza con Intel, está encontrando más dificultades técnicas y comerciales de las previstas y menos entusiasmo del fabricante de chips del esperado. Android es su reducto, y su alianza con Google no puede más que reforzarse una vez consumada la venta de Motorola a Lenovo por el gigante de Mountain View.

Incluso los que ahora desarrollan sus propias alternativas de sistema operativo lo hacen a partir de Android. Aquí tenemos el caso de Jolla, una empresa de disidentes de la Nokia que se puso en brazos de Microsoft y que se ha independizado creando su propio sistema operativo, Sailfish OS, que acepta aplicaciones Android.

En una línea parecida tenemos a Geeksphone, una empresa española que promete para abril de este año su modelo Revolution, que se pretende capaz de operar tanto en Android OS como en Firefox OS, el sistema basado en HTML5 y que se suponía la gran apuesta de los operadores de telefonía móvil.



Nokia y Motorola: el valor de dos marcas que regresan
Durante años los estudiosos del universo smartphone se dividían entre los que atribuían el invento de este aparato a una empresa estadounidense (Motorola) y los que, por el contrario, lo asociaban con una finlandesa (Nokia). El caso es que, ya entrados en el segundo decenio del siglo XXI, ambas empresas se caracterizan por su irrelevancia práctica en el mercado de terminales móviles: no están ni entre los cinco primeros: Samsung, Apple, Sony, Blackberry y LG por lo menos vendieron más smartphones el año pasado que los dos mitos de la historia del móvil.

Nokia dejó de ser tecnológicamente europea para buscar su futuro en una alianza con Microsoft que -como era absolutamente previsible- le arroja en manos del gigante de las ventanas, que ha terminado comprando Nokia a precio de saldo, por 7.200 millones de dólares. Sus teléfonos Lumia casi no se venden. Su Windows 8 no entusiasma a los consumidores y se ha ganado la enemiga de los operadores telefónicos merced a la alianza Microsoft-Skype ¿Así esperan estar en primera fila de los escaparates de la tiendas de, pongamos Vodafone?

Pero Nokia cree tener un as que ya le asoma por la manga y se lama Normandy: una derivación de Android o fork que dotará a sus teléfonos Lumia de gama baja de la posibilidad de acceder al mundo Android, algo más fácil de decir que de conseguir sin perder a los clientes. De eso, y de la moda de los fork habrá que hablar específicamente en una próxima entrada.



¿Y Motorola? Google se hizo con Motorola Mobility en 2011 por la generosa cantidad de 12.500 millones de dólares cuando las cifras de ventas de la empresa eran irrelevantes en el sector. De nuevo lo que a casi todos nos parecía evidente terminó consumándose, aunque en este caso con algunas particularidades. No daba la impresión de que a Google le interesara entrar en competencia directa con el conjunto de fabricantes adheridos a Android más que con una línea como la de los Nexus, dispositivos con la mejor relación calidad-precio, pero vendidos con cuentagotas, en la semiclandestinidad y suministrados por encargo a los grandes fabricantes. Así que el negocio de Google con Motorola parecía más pensado para comprar el jugoso paquete de 17.000 patentes de la empresa de móviles que para ponerse a fabricar los mejores dispositivos del mercado, cosa que en teoría sería muy fácil para el diseñador del software móvil favorito del mundo.

Sin embargo, en algún momento dio la impresión de que no iba a ser así. Motorola sacó al mercado en 2013 una gama de teléfonos muy atractiva, a precios bajos y con prestaciones novedosas. Suficiente para que fruncieran el ceño los miembros del club Android, desde HTC hasta Samsung, pasando por LG y Sony y todos los demás. Preservar Android y su futuro -vinculado esencialmente por el momento a las búsquedas móviles y en menor medida a Google Play Market- era más importante que mantener a Motorola.



Era un problema con solución: se desgajan las patentes de Motorola, se firman acuerdos -incluso con Microsoft- para blindar el resto de flecos relacionados con la propiedad intelectual vinculados al sistema operativo y se pone Motorola a la venta. Lenovo, la empresa china que se había hecho con el negocio de PC de IBM, puso sobre la mesa la cifra adecuada: 2.910 millones de dólares que ponen su hardware de smartphones de entrada a un nivel muy superior a sus competidores nacionales -ZTE, Huawei-, y además de regalo una marca que es casi la mejor tarjeta de visita para entrar en cualquier mercado, comenzando por Estados Unidos.

Todos pendientes de las gafas que nos graduarán el cerebro
Las gafas de Google son el invento más anunciado de toda la historia de las tecnologías de la información. Si Google no nos sorprende la semana que viene en Barcelona, su fecha de salida al mercado será poco antes de la próxima campaña de Navidad, y su efecto será tan revolucionario como se presume, o tal vez incluso más. Su impacto social dependerá, en primera instancia, de su precio de venta, pero antes o después el proyecto de un auténtico dispositivo wearable o protésico, que asume en un cien por cien el comportamiento humano como interfaz principal, nos llevará a servicios, momentos y dilemas probablemente insospechados.



Todo ello no es ajeno a la nueva eclosión de la economía de las apps que tenemos en puertas: si bien en Europa hemos perdido el tren de los sistemas operativos y los terminales, la Comisión Europea maneja un informe según el cual el sector de producción y desarrollo de apps -software, servicios, contenidos...- generará en Europa del orden de 63.000 millones de euros en volumen de negocio en 2018, con una estimación de 4,8 millones de puestos de trabajo creados. Hoy en día ya tenemos 1,8 millones de europeos empleados en la creación y venta de apps, así que la expansión parece plausible, sobre todo a la luz de las nuevas oportunidades que se avizoran.

Si podemos mandar sobre una máquina con un movimiento de ojos o de cejas, si conseguimos realmente relacionarnos con las bases de datos sin más intermediarios que un dispositivo que realmente entiende, incluso interpreta, nuestra voz, cambiará la industria, pero también habremos cambiado nosotros, incluso en el modo en que ejercemos nuestra condición humana en relación con nuestros congéneres.

Al lado de esto, los debates, que los habrá, sobre domótica, el Internet de las Cosas o las aplicaciones para el automóvil se quedarán pequeños. Incluso el anunciado descenso al mundo terrenal de esa deidad on chándal llamada Mark Zuckerberg, que algo nuevo tendrá que contarnos sobre la evolución de Facebook. Para no hablar del 4G, ese monstruo del lago Ness de los servicios de telecomunicaciones en España.

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